Premio de 18.000 euros y 4.000 euros si la obra premiada se publica en otra lengua.
Jurado:
Ramiro Pinilla García, presidente del jurado
Beatriz Celaya Barturen, vocal
Isabel Muguruza Roca, vocal
Joseba Iñaki Esteban Azurmendi, vocal
José Fernández de la Sota, vocal
RAZONAMIENTO DEL JURADO
Libro de Memorias, autobiografía o balance vital y, también, novela de la propia vida. Vida contada y bien contada. No una enumeración de datos y sucesos y fechas, sino algo más. Crónica de un periodo capital para la narradora y para su país. Editora, historiadora, periodista y “mujer de los 60”, Idoia Estornés escribe –sin pretenderlo aparentemente- una crónica general de la cultura vasca en el último medio siglo. Un libro importante, riguroso y desprejuiciado, honesto. Un testimonio novedoso desde el punto de vista de una mujer.
DATOS RELATIVOS A LA AUTORA
Idoia Estornés Zubizarreta (Santiago de Chile, 1940).
Idoia Estornés Zubizarreta ha escrito siempre; dice no saber hacer otra cosa. Nació en Santiago de Chile (1940), estudió en la Universidad de Navarra, vivió en Londres, echó raíz en Euskadi en 1967.
Se autodenomina chica de los 60, hija de los únicos fascismos (España, Portugal) que sobrevivieron al triunfo aliado (1945). Resultado: “en molde dictatorial, sobre magma católico-marxista, échese un mucho de juventud, otro tanto de transporte lírico, mézclese con optimismo positivista y ruido de subversión cercana. Cuando el soufflé se lance al galope tendremos la superación de todas las contradicciones. Servir flambeante”. Más, para arreglarlo, la pincelada local, la vasca. Madre, a su vez, de una progenie llamada a juzgar en el microscopio académico-familiar a su generación, como hizo ella, en su La construcción de una nacionalidad vasca (1988), a la precedente. Historiadora, columnista (ágil, humorista, polémica), dirigió la redacción y actualización de la Enciclopedia Auñamendi de los hermanos Estornés Lasa (tío y padre) hasta 2005.
CÓMO PUDO PASARNOS ESTO - CRÓNICA DE UNA CHICA DE LOS 60
Una hija de exiliados nacionalistas vascos se asoma a San Sebastián en 1958. El contraste Chile/Euskadi es sustancial. Hay que escapar; inmigrantes y jóvenes lo hacen, a miles. La empresa editora familiar resurge de las cenizas de la guerra. Ella se convierte en una chica antifranquista de los 60, Electra en rebeldía. Luego historiadora, publicista; el 68 vasco se cierra sobre ella.
La “chica de los 60”, muchos de sus paisanos y coetáneos, no tienen aún una respuesta, están en ello. Este libro ofrece una aproximación, un testimonio, varios; es una crónica generacional con inclusión de vida cotidiana, introspección, honestidad intelectual, desenfado, risa y algo de mala leche. Para que la vida se parezca a la vida, no a una fría selección de fechas.
FRAGMENTO
Nací después del 36. Mi cofradía generacional es la de la posguerra, nutrida hasta la médula de ideal resistente frente a la ocupación nazi-fascista. Todo coincidía, todo cooperaba para que consideráramos la rebelión contra la tiranía, el paso a la clandestinidad, el riesgo asumido, como actos de moral suprema frente a las otras opciones: el miedo invencible a las consecuencias, o la connivencia –pasiva, activa– con el «enemigo». Nada de valores intermedios. En nuestro imaginario solo la cobardía, asumida como una tara, nos impedía ser como los héroes antifascistas de la literatura-cine llegados de extramuros. La muerte de Manzanas, la situación que acarreó, cambiaron el rumbo de más de una vida. En la Pamplona de los 60 dejé de ser la hija de unos nacionalistas vascos para ser un antifranquista más, de los que comenzaban a pulular en las universidades, a infiltrarse en las organizaciones oficiales. En el Londres del 67 me llenó de orgullo que mi Vascolandia apareciera en los titulares del segundo país más importante del mundo, y que lo hiciera con la frente alta. En 1968 dejé de ser una chica antifranquista con veleidades euzkadianas para subirme al vagón del nuevo nacionalismo, el que nada-tenía-que-ver-con-el-de-los-viejos y los rechazaba por pusilánimes, agotados, por «burgueses».
España estaba fuera de la Historia desde 1945. Se había caído de una Europa –la de los años 30– en la que había encarnado el más emocionante de los símbolos, el de la lucha antifascista, a muerte. En los 60, éramos los parientes pobres molestos que trataban de sentarse a la mesa familiar, donde ya no había cubierto para nosotros. No deseaba identificarme más con los vencidos, no quería seguir esperando, como ellos, a que nos arrojaran migas. Estaba harta de contar a quien quisiera oírme que ningún historiador –franquista o no–iba a poder demostrar jamás que los nacionalistas vascos hubieran asesinado a nadie, ni quemado iglesias, ni volado puentes e industria de guerra. Harta de las compungidas palmaditas en la espalda de los demócratas y del Papa, que nos habían dejado a los pies de los caballos a la hora de repartirse la victoria aliada. Condenados a ser un país pobre (sin plan Marshall), a seguir bajo la bota parda. Tampoco era muy gloriosa la historia de las dos ramas de mi familia: un gudari y un requeté, el resto estampida. Me sentía como una especie de sabra, rebosante de optimismo, en ruptura con la mentalidad de víctima de los mayores. Pero eso no fue todo; me ganó el orgullo de estar en rebeldía, menospreciaba a los que no lo estaban. No era la única...