Lista de locos. Sinopsis
Dicen que los monjes de hace ocho o nueve siglos debían enfrentarse a públicos lejanos, a veces hostiles, reacios siempre a marchar tras los pasos de una demostración teológica de una condena mortal, y que de esta dificultad y de la necesidad de vencerla surgieron los Alphabetum enxiempla. Se trata de que el peso de los discursos estuviera bien repartido y de que cada una de sus veintitantas letras del alfabeto correspondiente contribuyera a llevar la carga: que la A demostrara la existencia del Alma, por ejemplo; o que la B tuviera a bien hablar de San Basilio (...). Cuando uno de estos alfabetos llegó a mis manos. Yo ya estaba preparado para entender de qué servía aquel artilugio verbal (...). Decidí, pues, sin apenas dudarlo, apropiarme del método; pasó un año y ya llegaban mis alfabetos para ser leídos en sus lugares más dispares. Mis amigos comenzaron a preocuparse
Así nos explica Bernardo Atxaga cómo nació la idea de redactar estos quince alfabetos, que aquí se recopilan y que, a diferencia de los alfabetos de los monjes medievales, no tratan de asuntos teológicos, sino de literatura y de formas y maneras de narrar; en definitiva: del lenguaje. Es un gran teatro de las letras donde cada una nos inicia en los misterios de la lectura, en un juego vivo de complicidad con el lector en donde detrás de cada letra aparecen conceptos, recuerdos o añoranzas.
Es ésta una brillante reunión de textos, mitad narrativos mitad didácticos, muy modernos y a la vez muy antiguos, que pasan de la Literatura Vasca a Borges o de la vindicación del Plagio a una Canción de mar, con la originalidad y frescura que siempre alcanza Atxaga en su obra.
Lista de locos. Fragmentos
–¿Qué sucedió luego? –preguntó la S.
–No todo es suspense en la literatura –la reprendió la L cogiendo un libro–. Como dice Forster en este ensayo, la historia es la parte más elemental del texto, la más primitiva, la menos noble.
–Según se mire –dijo la S–. Yo estoy con Sherezade. (Un cuento para Violante)
–Así pues, debido a aquel problema que tenía en casa, decidí marcharme a un monasterio. (...) Al poco de llegar, a los dos o tres días, ya sentí el cambio. Sentí que algo se iba parando, parándose como un coche cuyo conductor ha dejado de acelerar, y sentí también, curiosamente, que yo iba dentro de aquel algo. ¿Será el tiempo como un vehículo?, pensé. ¿Será algo que nos lleva, que nos transporta, que nos arrastra de un punto a otro a una velocidad variable? (Sobre el tiempo. Mesa redonda con hooligan)
Yo no estuve allí, desde luego, pero tengo para mí que Adán no debió de sentir mucho la pérdida del paraíso. Le ocurriría probablemente como a los que saltan de la cama a una habitación fría y no reparan en la baja temperatura hasta el momento en que su cuerpo pierde el calor que había acumulado entre las sábanas... (Desde Groenlandia con amor)
(...) tengo que confesarte que la conciencia de pertenecer a una comunidad lingüística del tamaño de Liliput ha determinado mi manera de estar en la literatura. Sin embargo, no creo que esa pertenencia tenga consecuencias literarias directas, ni positivas ni negativas. Es, sencillamente, un lugar desde el que escribir. Con sus ventajas y sus inconvenientes. (Plis plas, plis plas. Medio alfabeto sobre la literatura vasca)
Cuando pensamos en Don Quijote, Shilock o Sherlock Holmes, recordamos que sus creadores tuvieron dos fuentes de inspiración, la tradición por una parte y su experiencia personal por otra, y que Conan Doyle, por ejemplo, perfiló su detective a partir del modelo establecido por Edgar Allan Poe –Arsenio Dupin–, y basándose en la personalidad del doctor Joseph Bell, uno de sus profesores en la universidad de Edimburgo. Pero ¿podría afirmarse algo parecido acerca de los fantasmas? ¿De dónde sacó Shakespeare los espectros que aparecen en Macbeth y otras obras suyas? ¿Cómo se le ocurrió a Cervantes el tema del capítulo del barco encantado? (Red para atrapar fantasmas)
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército alemán bombardeó Dunkerque y atacó Bélgica, empezó a circular entre los belgas –lo cuenta el lehendakari José Antonio Aguirre en sus memorias– el rumor de que los paracaidistas nazis utilizaban, por mejor infiltrarse, sotanas de curas en lugar de uniformes, llegando la situación a tal extremo que los curas de verdad, en serio peligro de ser linchados, se vieron obligados a utilizar prendas civiles. (Red para atrapar fantasmas)
“Si los hechos que se cuentan aquí los traigo al presente, nadie se dará cuenta”, me dije. “¿Quién va a reconocer las reflexiones de un hereje de la Edad Media si las pongo, por ejemplo, en boca de un alpinista?”.
Doce horas más tarde, el nuevo cuento estaba terminado. Los personajes eran distintos, como distintos eran los nombres de los lugares y los escenarios; todo lo demás, incluida la fábula, era prácticamente igual. Algunas frases, más de una reflexión, las había copiado palabra por palabra. (Leccioncilla sobre el plagio o alfabeto que acaba en P)
Stevenson, por ejemplo, respondió con el mismo buen humor que Nodier a los críticos que ponían en entredicho la originalidad de su Isla del tesoro:
“Sin duda el loro perteneció una vez a Robinson Crusoe. Sin duda el esqueleto procede de Poe. No doy importancia a esas cosas, son naderías, detalles; y ningún hombre puede aspirar a tener un monopolio de esqueletos o a acaparar todas las aves parlanchinas. (Leccioncilla sobre el plagio o alfabeto que acaba en P)
Nada más escuchar la respuesta mi barca comenzó a moverse, y me encontré de golpe dentro de la M del mar; dentro del vientre de esa madre cuyos hijos, como dijo Michelet, nunca dejan de ser fetos. (Alfabeto sobre una marina)
Había muchos títulos suyos allí, ediciones argentinas sobre todo. Alargué la mano y saqué de la estantería un ejemplar del libro Siete noches, compilación de las conferencias impartidas por el autor en un teatro de Buenos Aires. Lo abrí por una página cualquiera y leí la siguiente sentencia: “No hay azar, lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad”. (Alphabelette. Alfabeto francés en honor de Jorge Luis Borges)
Dicho de otro modo, aprendimos que los libros no pueden contener todos los detalles, todas las causas y efectos; que no pueden ser sino un resumen con leyes y procedimientos propios.
Recuerdo, en este sentido, lo que escribió Baudelaire en sus cuadernos, aquello de que bastaba una milla de mar para tener una idea del infinito. Pues bien, también los libros son como esa milla Baudelaire. (Alphabelette. Alfabeto francés en honor de Jorge Luis Borges)
Lo de Eva fue diferente. Estábamos los dos en una isla paradisíaca y el amor fluía entre las palmeras. Pero, una mañana, Eva entró en el supermercado y robó una manzana. Desgraciadamente, fue detenida y expulsada del país. Las palmeras se marchitaron, y el amor dejó de fluir. (Alfabeto sobre el único verano de mi vida en que fui un Don Juan)
Hassan era, desde luego, un integrista, y lo será todavía más el día que alguien le organice y le dé una teoría un poco más amplia que la que ahora posee. (...) Yo tengo la sospecha de que Hassan y todos los demás recurren a lo irracional porque, en sus circunstancias, les resulta –permítaseme esta palabra– lo más práctico. Si pudiera ser rico, Hassan optaría probablemente por el liberalismo económico y por una religiosidad discreta y aparencial; pero, como no lo es, opta por el integrismo. (Lista de casos)
Yolanda, que declaraba: “Si fuera rica, todos me considerarían una excéntrica. Desgraciadamente, no tengo dinero para pagar mi rescate. Ingresar en el manicomio es mi única manera de hacer frente a las deudas. (Lista de locos)