Departamento de Cultura y Política Lingüística

192. Tejera Altzibar (Zegama)

ETAPA 3: TOLOSA • ZEGAMA

Una actividad artesanal fundamental

En el País Vasco, el uso de la cerámica para desalojar el agua de lluvia de las cubiertas de las edificaciones se retrotrae a la época romana. En yacimientos de la Antigüedad de la vertiente cantábrica vasca, como son por ejemplo, Forua (en Bizkaia) u Oiasso (Irun, Gipuzkoa), se tiene constancia de piezas especialmente fabricadas y empleadas para este fin. A partir de la Baja Edad Media su uso se hace aún más frecuente y se convertirá en una de las actividades productivas más extendidas por la geografía vasca, de forma que los hornos donde se producían se extendían por todo el país.

Realmente, en un territorio con una alta precipitación durante gran parte del año como es la vertiente atlántica vasca, el mantenimiento de las techumbres en buenas condiciones de aislamiento respecto a la lluvia constituye una preocupación de primer orden. Así, los edificios de gran porte de instituciones de capacidad económica, como son las casas consistoriales o las iglesias parroquiales, serán importantes consumidores de tejas de los hornos circundantes. De todas formas, los propietarios de casas, caseríos, molinos, ferrerías, etc. contratarán también el aprovisionamiento de este material para sus inmuebles. Por tanto, la demanda estaba asegurada para quienes se dedicaban a esta actividad.

Es preciso indicar que en estas instalaciones no solamente se fabricaban tejas, sino que el ladrillo también se generaba en los mismos hornos. También sabemos que podían emplearse para generar cal, aunque para producir este material se popularizaron otra serie de estructuras de combustión más simples y fáciles de mantener.

La tejera más habitual contaba con 3 partes principales. La primera era una balsa inundada en la que se realizaba la mezcla de la arcilla con los demás aditivos, que pretendían aportar una mayor solidez a la pieza y que no se rompiera ante las fuertes temperaturas del horno. Después, se sacaba la materia prima y se daba la forma requerida, dejándola secar al aire en los cobertizos anejos a la instalación. Una vez que la carga se encontraba lista, se introducía en el horno, que se componía de dos partes: una superior donde se disponían las piezas de arcilla y, otra inferior, donde se producía la combustión. Entre ambas, se realizaba una especie de parrilla de arcilla, de forma reticulada, que dejaba ascender el calor del fuego, pero manteniendo las tejas separadas de él. La cámara de combustión era doble, con dos aberturas al frente, para poder acceder al interior. Cada una de ellas se encontraba cubierta mediante una serie de arcos separados entre sí y el espacio entre ellos se tapaba con piedras que no llegaban a formar una bóveda completa, sino que dejaban huecos por los que ascendía el calor. Ésta de Altzibar, situada en las inmediaciones de la ferrería y casa solar de Altzibar, se adapta al modelo general que acabamos de presentar.

Existieron tejeras de las que los concejos eran propietarios, mientras que otras eran particulares. Debido al escaso valor añadido de cada una de los artículos que se producían en ellas y la enorme cantidad que contemplaba cada pedido, su comercialización escasamente superaba el propio municipio, ya que el transporte encarecía inutilmente su precio. Así, en la mayor parte de las poblaciones vascas cantábricas existía un horno como el descrito y, en muchos, más de uno.

Por último, una curiosidad que caracteriza la producción de tejas y ladrillos es que solía recaer, generalemente, en artesanos de Lapurdi (para Gipuzkoa y parte de Bizkaia) y de Asturias (para la parte más occidental). Se piensa que el discurso político de las provincias vascas, que reclamaba la hidalguía universal para los originarios de las mismas, pudo haber influido en esta cuestión. Es posible que los locales rehuyeran el ejercicio de una actividad que conlleva trabajar con barro con el fin de no “manchar” su nobleza.

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