48. Convento de Sasiola (Deba)
ETAPA 4: DEBA • MARKINA-XEMEIN
Los primeros conventos del Renacimiento guipuzcoano
A pesar de la gran cantidad de parroquias y ermitas que existían desde época medieval en la franja costera del País Vasco, es de reseñar la ausencia de establecimientos de clérigos regulares (monjes y frailes) en Gipuzkoa durante la Edad Media. La excepción la constituye el monasterio de San Bartolomé del Camino, de San Sebastián, un cenobio femenino de la orden agustina que ya parece establecerse para mediados del siglo XIII. Durante más de 2 siglos, mientras en Bizkaia y Araba la tendencia de creación de este tipo de instituciones va en aumento, el territorio guipuzcoano se mantendrá inmune a ella.
Será durante el período reformista católico de fines del siglo XV y comienzos del XVI cuando se invertirá esta inercia y comenzarán a constituirse conventos de órdenes mendicantes. Estas órdenes servían a la voluntad de reforma moral de los Reyes Católicos y debían suplir las carencias del clero regular en materia teológica e irradiar su influencia en el entorno.
Si bien en un inicio los intentos irán fracasando, quizá por una oposición local del clero, por miedo de perder ingresos y poder, el primer convento perdurable en Gipuzkoa se establecerá en 1503, de la mano del matrimonio Juan Pérez de Licona y María Ibáñez de Sasiola. En este año, donaron a los franciscanos observantes sus torres y pertenencias anexas, al igual que su hospital y la ermita. La institución pronto recibió el apoyo de la Corona y su actividad quedó consolidada, de forma que para 1506 prestaban ya asistencia litúrgica y pastoral al beaterio de monjas franciscanas terciarias de Azpeitia. Así, se considera que este convento constituyó un centro de “irradiación apostólica” al menos en el valle del Deba y del Urola y probablemente constituyera el germen de futuros asentamientos, como los conventos concepcionistas de Azpeitia y Mondragón (1511) y de Elgoibar (1516).
El complejo conventual
El único edificio que se mantiene completo en la actualidad es la iglesia. Se encuentra construido en estilo renacentista, de planta rectangular, cuyas paredes se apoyan en contrafuertes. En su pared sur se halla instalado un arbotante añadido en época posterior para asegurar su estabilidad. El ábside se corona con un óculo o pequeño rosetón. Las bóvedas del templo son de crucería con nervaduras propias del Renacimiento vasco (de fuerte influencia tardogótica). Una espadaña se eleva sobre la cubierta, a cuatro aguas, hacia el lado sur. Desgraciadamente, de su antiguo coro solamente queda el arco rebajado sobre el que sustentaba.
En su interior se conserva el retablo rococó de 1764, modificado en la década siguiente, de madera de nogal, con su arquitectura en blanco (sin dorar ni estofar). Esta particularidad, interpretada quizá como una anomalía a subsanar en el momento en que el convento se hallaba en uso, permite admirar su talla de una forma diferente a la que estamos habituados. Presenta un recargamiento propio del estilo al que pertenece, con volúmenes que avanzan y otras que se retranquean buscando el efecto visual, y una ornamentación muy abundante. Presenta banco, dos cuerpos y ático, y se encuentra ordenado en 5 calles, aunque las dos laterales solamente alcanzan una altura.
En la ornacina principal, destaca la escultura de San Francisco en éxtasis, mientras otras figuras lo rodean, como la Piedad del ático, o las de San José y San Agustín, al lado del santo.
El resto de las instalaciones conventuales permanecen en ruina, aunque se adivina la traza del claustro y aún se mantiene el frontis de su antiguo frontón.