191. Conjunto de ferrería y molino de Arrabiola (Segura)
ETAPA 3: TOLOSA • ZEGAMA
Una región metalúrgica milenaria
Hace aproximadamente 2500 años los habitantes del País Vasco conocieron por primera vez la forma en que podían obtener provecho de los ricos filones de hierro existentes en el territorio. Tanto los útiles como los residuos del trabajo del metal encontrados en los castros o poblados fortificados vascos de la Edad del Hierro y su entorno suponen un testimonio de ello. Desde entonces la industria siderúrgica ha evolucionado y madurado en lo referente a los procedimientos empleados para convertir el mineral extraído de la mina en hierro forjable y éste a su vez en herramientas y útiles. Durante aproximadamente un milenio y medio este proceso se hacía al aire libre, en instalaciones sencillas, donde el proceso se realizaba empleando únicamente las materias primas necesarias (hierro y carbón) y la fuerza de los propios ferrones. Estas instalaciones han tomado el nombre de ferrerías de monte o haizeolak, en euskara, en referencia a las narraciones que explicaban de forma mítica la forma de trabajar en ellas.
Algo antes del año 1000 d.C. en la zona de Legazpi, Segura, Mutiloa y Zerain se produjo la eclosión de esta industria, de forma que en los siguientes 300 años decenas de pequeñas instalaciones productivas se irían esparciendo por los montes y valles de dicho entorno. Esto no es casual, ya que las sierras que separan los valles del Oria y del Urola cuentan con ricas vetas de mineral de hierro.
Sin embargo, en un momento indeterminado por el momento, pero que debió acontecer durante el siglo XIII, la forma de producir hierro en el País Vasco se vio modificada sustancialmente y la reconversión del sector conllevó, por un lado, el traslado de las instalaciones a otras ubicaciones y, por otro, un cambio importante en las infraestructuras productivas. Nos referimos al aprovechamiento de los ríos para mover fuelles y martillos o mazos mediante los que poder realizar el trabajo de elevar la temperatura del horno por encima de los 1200ºC y refinar la materia extraída con ayuda mecánica. Así, el movimiento del agua desviada del curso fluvial principal rotaba una serie de ruedas que transmitían el movimiento rotatorio a sus ejes, los cuales, a su vez, permitían elevar y descender dichos fuelles y mazos. Esto hacía posible insuflar una mayor cantidad de oxígeno al interior del horno (lo que mejora la combustión del carbón vegetal necesario para la transformación físico-química del mineral) y golpear el tocho incandescente con un percutor de mayor envergadura y con mayor fuerza.
En consecuencia, las ferrerías más modernas se fueron instalando en el fondo de los valles, al borde de los principales cursos fluviales. Esta nueva tecnología conllevaba que las estructuras de la ferrería tenían que soportar grandes pesos y presiones, por lo que sus instalaciones fueron adquiriendo gran porte y solidez. Además, había que retener el agua que después se dirigiría a los ingenios hidráulicos, por lo que era preciso levantar presas y abrir canales para tal fin. Finalmente, añadir que al perder rentabilidad y quedar en desuso, muchas de estas instalaciones se reconvirtieron para que sirvieran como molinos harineros.
Así, aquellas ferrerías de la Edad Media y Moderna se han convertido en parte del patrimonio preindustrial del País Vasco y tienen en el alto Oria una presencia muy importante.
La ferrería y molino de Arrabiola
La primera mención documental de esta ferrería data de 1548 y según los datos de que se dispone, parece haber perdurado en funcionamiento hasta inicios del siglo XIX.
Los restos que se conservan corresponden, por un lado, a la presa y al canal de la ferrería. La primera se halla en un meandro del río Oria y está construida en mampostería y apoyada sobre la roca. De ella se abría un canal, aún visible, que bordea los pastizales ribereños, pasando por detrás del caserío Arrabiola. Desaguaba en la antepara, principal resto conservado de la ferrería, que constaba de un túnel sobre el que se disponía el depósito. Cuando las ruedas estaban paradas, el agua excedente volvía al cauce del río por el aliviadero, pero en el momento de accionar el mecanismo el agua caía sobre cada una de las ruedas que movían el mazo y los fuelles.
La antepara es el elemento más visible de los que se conservan. Se trata de un cuerpo prismático, de planta rectangular, realizado en mampostería. Presenta 5 vanos rematados con arcos de medio punto, uno en el lado corto que se eleva sobre el río (a través de él se libraba el agua que caía del depósito), otros dos enfrentados y más anchos a cada lado de la anterior, y dos más en la fachada suroeste (hacia el caserío), que corresponden a las aberturas de los ejes antes descritos. Finalmente, una puerta adintelada se abre entre estas dos. Actualmente es posible entrar al interior de esta estructura, que llama la atención por su imponencia y fortaleza.