La elección de una presentación de fiestas y danzas tradicionales de modo cronológico sugiere varias cuestiones. Las tres primeras son: en una cultura determinada ¿qué fiesta determina el comienzo de un ciclo de festividades? ¿qué fiesta da por finalizado ese ciclo? y finalmente ¿qué características permiten aglutinar varias celebraciones dentro de un mismo ciclo? Y es que un calendario de fiestas como el que aquí se publica solapa dos criterios de temporalidad distintos, que son: el ciclo temporal de las economías locales y el ciclo temporal de la vida de las personas.
A este respecto, se observa que un nutrido grupo de fiestas y danzas corresponde a celebraciones que concuerdan con actividades económicas que dependen de los ciclos biológicos de la naturaleza. También se observa que este tipo de danzas y celebraciones aparece ligado a fiestas religiosas, sean éstas cristianas o paganas, o bien combinen aspectos de ambas. A la hora de catalogar este tipo de celebraciones los folcloristas han distinguido cuatro grandes ciclos festivos: fiestas de invierno, fiestas de primavera, fiestas de verano y fiestas de otoño. Generalmente, en las fiestas de invierno el protagonismo de las fiestas suele recaer en los más jóvenes de la localidad celebrante, tal es el caso de los carnavales rurales vascos y otras fiestas de fecha dispar que Implican visitas y aguinaldos, al igual que dramatizan cuestiones estrechamente relacionadas con el hecho de la muerte y resurrección a la vida, sea ésta humana, animal o vegetal. Es por ello que estas fiestas se han interpretado como fiestas de la regeneración. En cambio, se ha entendido que las fiestas de primavera están dirigidas a la prevención, bien de plagas agrícolas, bien de enfermedades y desgracias familiares o individuales. Muchas romerías vascas son ejemplo de bailes asociados a este tipo de fiestas. Las fiestas de verano suelen ser más bulliciosas y tienden a celebrar la consumación, o la proximidad de su logro, de algún tipo de actividad económica vital para la pervivencia del grupo social que la realiza, lo que se aprecia en las fiestas patronales de un número importante de localidades vascas Finalmente, las fiestas de otoño conectan el mundo de los vivos con el de los muertos. Son fiestas que honran a los difuntos y rezan a sus almas. Al igual que las fiestas de invierno, estas celebraciones recuerdan que el umbral entre la muerte y la vida es diminuto. Sin embargo, las fiestas de invierno recalcan el aspecto regenerativo de la materia con mayor énfasis que las fiestas de otoño, donde las ánimas y el mundo de los espíritus ocupan un lugar central en la celebración.