Una temporada en el invierno obtuvo el premio Alonso Ercilla, 1989 instituido por el Gobierno Vasco. Una ciudad del Norte centra la atmósfera de esta suerte de viaje inmóvil poblado por figuras emblemáticas que no van a ningún sitio. El paisaje es simbólico y fantasmal, donde la nieve, la luz, la tiniebla y el frío son continuos elementos del alma humana que participan, a través de los signos visibles, de una experiencia, ente mágica y atroz, donde la intensidad es el tono permanente, así como la suscitación del claroscuro. Esta aura romántica cubre el misterio, del que deriva lo reflexivo.
En este reino urbano y alucinatorio, la vida es un episodio itinerante, donde la mente y el sentir, como en vilo, luchan añorando la pureza del mundo, el impulso religioso. Hay, pues, el la realidad contrastable y sombría un hervor subterráneo. El peregrino, que se nota atraído por la nada, adquiere, al final, la encarnación de Ulises, el caminante por antonomasia, en situación de naufrago. Aunque conserve aún la intrepidez, el mito dice, con su rodeo de fantasma: "Mi soledad me habita como un traje de sangre / en donde los deseos arrastrados / circulan igualmente silenciosos". Esta poetisa vasca acierta a crear un climax de fuertes sugestiones que sostienen la atención de punta a punta. El invierno, en doble plano traspasa e incita con su belleza y su hondura. Monólogo individual y reflejo de lo colectivo hay en estas jóvenes paginas que revelan a una autora de ciertos y personales valores.