Cuando Búnkol se enamora de la viajera Ida quedará confrontado al dilema de parapetarse tras los estantes de su vetusto ultramarino o echarse por el mundo adelante (él, que a sus cuarenta y tantos no conoce de la gran urbe ni siquiera su propio barrio, circunscrito a vivir más aquí de un contorno de cincuenta metros alrededor del domicilio); porque con el amor, y singulares designios del acaso, se verá enredado en una inverosímil traza de espionaje junto a sus amigos Clonio, el hombre montaña, Lesmes, el agudísimo manco, Vinicius, el dentista cariado. Y por supuesto Ida, la contradictoria enamorada y singular anfitriona de un racimo de estupendas pelanduscas